jueves, 8 de octubre de 2015

Clásicos: El viaje de Chihiro.- H. Miyazaki (2001)


Jubilado por voluntad propia del largometraje desde septiembre de 2013, Hayao Miyazaki continúa matando el gusanillo con colaboraciones menores. Prueba de ello su participación, conocida hace pocas semanas, en un cortometraje del animador Yuuhei Sakuragi. Pero la primera vez que el maestro estuvo tentado de una retirada definitiva se remonta a mucho tiempo atrás.
Corría uno de los últimos veranos del siglo XX y Miyazaki recuperaba fuerzas en su habitual residencia de vacaciones. El éxito masivo de La princesa Mononoke, le había agotado tanto que meditaba abandonar el cine para siempre, pero la visita de un amigo acompañado de su hija le hizo cambiar de idea. Del mismo modo que el encuentro de Lewis Carroll con la pequeña Alice Liddell  inspiró Alicia en el País de las Maravillas, la mirada de aquella niña de diez años encendería la chispa para que Miyazaki concibiera una de las mejores películas de animación de todos los tiempos: El viaje de Chihiro.
Asimilable como una versión libre y oscura de la citada obra de Carroll, El viaje de Chihiro nos presenta a una niña que se pierde con sus padres en lo que parece un pueblo abandonado. Tras comer unos alimentos, los padres se convierten en cerdos y, en el intento de salvarlos, Chihiro inicia una verdadera odisea a través de un mundo plagado de magia y seres asombrosos. Lejos de los estereotipos manga a menudo propensos a historias de romance y enamoramiento, en Chihiro nos encontramos ante una heroína infantil abocada a un viaje iniciático de evolución personal. En palabras de Miyazaki: “Es una chica normal con quien el público puede empatizar. La suya no es una historia en que los personajes crezcan, sino una en que sacan a la superficie algo que ya estaba anteriormente en su interior”.
Además de reiterar su predilección por las protagonistas femeninas, la importancia del núcleo familiar y la existencia de un mundo ajeno al adulto y sólo visible para los niños (constantes ya testadas por el autor en Mi vecino Totoro (1988)), en El viaje de Chihiro, Miyazaki vertebra sus preocupaciones mediante una amplia variedad de personajes simbólicos, también muy lejanos a cualquier tópico. Destacan las Brujas Gemelas, representación del bien y el mal en dos físicos idénticos, el Sincara, que se nutre de la codicia de los demás o el personaje que en realidad es un río, dando lugar a una mágica alegoría sobre la naturaleza y el amor. Pero sin duda el gran tema de la película es la búsqueda de la propia identidad, representada a través de la pérdida del nombre de la protagonista y también mediante la poderosa imagen del dragón blanco. Dragón que, según escribía Josep Lapidario en la revista Jot Down supone una clara conexión, pero no la única, con La Historia Interminable de Michael Ende: “Hay varias afinidades con La Historia Interminable: tanto Chihiro como Bastián tienen serios problemas de comunicación con sus padres; el mundo mágico e imaginativo en que aterrizan ambos es bellísimo pero peligroso, ya que es fácil perderse en él para siempre; aparece un dragón blanco como aliado y amigo; ambos pierden el propio nombre y, con él, la posibilidad de volver a su vida anterior… Otro punto en común con la narrativa de Ende es la ausencia de moralejas explícitas: en El viaje de Chihiro se referencian de forma indirecta temas como la avaricia por el dinero o la contaminación/destrucción de la naturaleza, pero de un modo más sutil e integrado en la narración que en otras películas de Miyazaki”.
Tan emparentada con Ende y Carroll como con la milenaria mitología nipona menos asequible para el espectador occidental, El viaje de Chihiro exhibe la absoluta libertad creativa de una imaginación visual a borbotones. Intensa,  desasosegante y absolutamente imprevisible, su dominio expresivo del dibujo animado está al servicio de una constante reinvención de la realidad. Puede transmitir inquietud, pero no miedo, su poética deja un poso de melancolía y ternura aunque sin rastro alguno de ñoñería y sus deslumbrantes imágenes completan un espectáculo capaz de atrapar por igual al espectador adulto y al infantil.
Unas virtudes inesperadamente reconocidas en la Berlinale de 2002 donde El viaje de Chihiro sería premiada con el prestigioso Oso de Oro del certamen, compartido con Bloody Sunday (P. Greengrass, 2002). El histórico galardón situaba por fin en la categoría expresiva que se merece a un cine de animación tradicionalmente desprestigiado. Meses después, la Academia de Hollywood le otorgaba el Oscar a la Mejor Película Animada, siendo la primera vez (y hasta ahora única) que una producción anime conseguía la estatuilla. Con el tiempo, el palmarés de El viaje de Chihiro acumularía más de una treintena de galardones. Aclamado como leyenda, Hayao Mizayaki realizaría otras tres películas antes de anunciar esa retirada definitiva: “Si tuviera que pensar en mi próxima película, me llevaría seis o siete años completarla. Siento que mis días en el mundo de los largometrajes de animación han acabado. Si dijera que me gustaría hacer una nueva película, sonaría como un viejo soltando bobadas”.

Desde entonces los numerosos seguidores del maestro no descartan que, algún día, una mirada intensa vuelva a cruzarse en su camino para que se lo piense mejor.
Ver tráiler El viaje de Chihiro en https://www.youtube.com/watch?v=exNM91ZTAPU
Imagen: SAV