En 1938 Walt Disney estaba preocupado: no
sabía qué hacer con un Mickey Mouse en horas bajas por culpa de florecientes estrellas como el Pato Donald o Goffy. Un día, al
escuchar la pieza de Paul Dukas, El Aprendiz de Brujo, a Disney
se le ocurrió que su querido ratón podría interpretar a la perfección a
ése aprendiz. La idea era realizar un cortometraje para la serie Silly
Simphonies, con la dirección musical del innovador maestro Leopold
Stokowski. Pero cuando el músico exigió una orquesta de un centenar de
músicos, el presupuesto se disparó de tal manera que sólo un largometraje podría
hacer rentable la inversión. Es entonces cuando Stokowski sugiere poner
en marcha una película inspirada en diferentes piezas musicales y así un
entusiasmado Walt Disney acomete la producción de Fantasía.
Seguro de sí tras el éxito de Blancanieves y los Siete Enanitos
(David Hand, 1937) y en los últimos retoques de Pinocho (Hamilton Luske y Ben
Sharpsteen, 1940), Disney se plantea Fantasía
como un ambicioso alarde experimental, pero su irregular resultado no
pasa de una pomposa amalgama de las virtudes y los defectos más disneyanos.
La estrecha colaboración del genio con Stokowski, quien modificó las
partituras en busca de una mayor sonoridad, no impide que sean los egos de
ambos lo más destacable en la pieza que abre el film, la Tocata en Re Menor, de Bach.
En ella compás y movimiento se sincronizan con repetitivos dibujos de ondas
vibratorias y notas musicales en un territorio atípico, nunca explorado por la
factoría. El resultado, más pretencioso que innovador, decepcionó de tal manera
a un destacado colaborador, el artista abstracto Oskar Fischinger, quien exigió
borrar su nombre de los créditos. Tampoco La Consagración de la Primavera de Stravinsky,
transformada en un gran fresco documental didáctico pero tedioso, corrió mejor
suerte, mientras que en la Pastoral de Beethoven el peor kitsch se apodera de la pantalla
para mostrar la indolente cotidianidad del Monte Olimpo donde arco iris,
caballos alados y orondos faunos holgazanean junto a un ebrio Dionisos
y un Zeus
muerto de aburrimiento. Otros segmentos, como el Claro de Luna, de Debussy,
terminarían en la papelera de la sala de montaje.
Por fortuna Fantasía compensa sus errores con
memorables momentos de auténtico clímax musicovisual. La coreografía
china de la Suite del Cascanueces de Tchaikowsky ideada por Art
Babbitt y protagonizada por unos
ceremoniales champiñones de ojos rasgados constituye uno de los grandes
hallazgos del filme y La Danza de las Horas de Ponchielli,
con su casting de avestruces, cocodrilos e hipopótamos tocados con tutú y
bailando en un jardín marca uno de los momentos más hilarantes. En las antípodas
estéticas de este divertimento, el segmento de la Noche en el Monte de Pelado
Mussorgsky conjura leyendas fantasmagóricas, épica satánica y expresionismo
sombrío en el pasaje más sorprendente, intenso y estremecedor de toda la cinta.
Su impresionante protagonista, el Demonio de la Noche, serviría de
modelo a Ridley Scott para dar forma al Señor del Mal de la
aventurera Legend (1985).
Pero sin duda, el más fascinante episodio de Fantasía
es aquel que marcó su origen. Sobre la música compuesta por Paul
Dukas en 1899, El Aprendiz de Brujo nos presenta a
un travieso Mickey Mouse que toma prestado el gorro mágico de su amo, el
brujo Yesid. Con él consigue hechizar a una escoba para que le
sustituya en su trabajo de acarrear cubos de agua. Pero todo se le va de las
manos cuando se queda dormido mientras agua, escobas y cubos se multiplican sin
parar en una espiral slapstick de impecable factura. Para
no descuidar ningún detalle en lo que suponía el debut de su querido ratón en
un largo, Disney encargó al animador Fred Moore que modernizase su
aspecto. Así Moore incluyó por vez primera pupilas en los ojos de Mickey
y el simpático atuendo de hechicero completó la renovación. Como anécdota, en
los inicios del proyecto y debido al éxito de Blancanieves, alguien
propuso que en vez de Mickey fuese el enano Mudito
quien interpretara al aprendiz, pero Disney en ningún momento
contempló tal opción. Considerado como uno de los títulos más importantes en la
historia de la animación, El Aprendiz de Brujo vino a
revitalizar la esencia de Mickey Mouse como personaje inquieto
y soñador y cumplió con creces su cometido de redimir al roedor favorito de Walt
Disney.
Pero el reconocimiento unánime a El Aprendiz de Brujo no
evitó que Fantasía se estrellara en la taquilla. El gran público dio la
espalda a un producto carente de diálogos
(a excepción de una mínima conversación de Mickey con Stokowski),
musicalmente elitista para muchos y que con sus ciento veinticuatro minutos de
metraje (el filme más largo de Disney) terminaba por aburrir al
espectador infantil. Tampoco ayudó que la película se proyectase en Fanta-sound,
un innovador sistema de sonido en cuatro pistas y similar al estéreo diseñado
en exclusiva para el filme por Disney y RCA pero de prohibitivo coste
para las salas de exhibición. Estrenada en Europa con su duración original, en
Estados Unidos la distribuidora RKO decidió recortar su metraje
hasta los ochenta y un minutos. Aún así, los 2.200.000 dólares que costó Fantasía
frente a su ruinosa recaudación colocaron a la Factoría Disney
en la situación económica más delicada de su historia dando al traste con
numerosos proyectos. Prestigiada con el tiempo y coincidiendo con su sesenta
aniversario, la película tendría una tardía secuela titulada Fantasía
2000.
Compuesta por piezas de Saint-Saëns, Gershwin,Beethoven y Shostakóvich,
entre otros, constituye un estimable tributo de Roy Edward Disney a su
tío, quien siempre soñó con una continuación.
Porque si un objetivo persiguió Walt Disney con Fantasía
ése no fue otro que dignificar el desprestigiado arte del dibujo animado.
Cuando incluso su fallido colaborador Oskar Fischinger apedreaba el tejado propio alegando “bajo
nivel artístico y limitada pureza creativa del medio”, Disney
creyó que asociar música culta y animación bastaría para dotar a esta
última de empaque y nivel, contribuiría a situarla en su justo lugar como medio
de expresión artística y seduciría a un nuevo target de espectadores de
sofisticado rango cultural. Un intento en buena medida ingenuo pero que tuvo en
Fantasía
el mejor laboratorio de pruebas para genialidades futuras.
imagen:Disney.