viernes, 11 de septiembre de 2015

Clásicos: Fantasía.- W. Disney (1940)


En 1938 Walt Disney estaba preocupado: no sabía qué hacer con un Mickey Mouse en horas bajas por culpa de florecientes estrellas como el Pato Donald o Goffy. Un día, al escuchar la pieza de Paul Dukas,  El Aprendiz de Brujo, a Disney se le ocurrió que su querido ratón podría interpretar a la perfección a ése aprendiz. La idea era realizar un cortometraje para la serie Silly Simphonies, con la dirección musical del innovador maestro Leopold Stokowski. Pero cuando el músico exigió una orquesta de un centenar de músicos, el presupuesto se disparó de tal manera que sólo un largometraje podría hacer rentable la inversión. Es entonces cuando Stokowski sugiere poner en marcha una película inspirada en diferentes piezas musicales y así un entusiasmado Walt Disney acomete la producción de Fantasía.

Seguro de sí tras el éxito de Blancanieves y los Siete Enanitos (David Hand, 1937) y en los últimos retoques de Pinocho (Hamilton Luske y Ben Sharpsteen, 1940), Disney se plantea Fantasía como un ambicioso alarde experimental, pero su irregular resultado no pasa de una pomposa amalgama de las virtudes y los defectos más disneyanos. La estrecha colaboración del genio con Stokowski, quien modificó las partituras en busca de una mayor sonoridad, no impide que sean los egos de ambos lo más destacable en la pieza que abre el film, la Tocata en Re Menor, de Bach. En ella compás y movimiento se sincronizan con repetitivos dibujos de ondas vibratorias y notas musicales en un territorio atípico, nunca explorado por la factoría. El resultado, más pretencioso que innovador, decepcionó de tal manera a un destacado colaborador, el artista abstracto Oskar Fischinger, quien exigió borrar su nombre de los créditos. Tampoco La Consagración de la Primavera de Stravinsky, transformada en un gran fresco documental didáctico pero tedioso, corrió mejor suerte, mientras que en la Pastoral de Beethoven el peor kitsch se apodera de la pantalla para mostrar la indolente cotidianidad del Monte Olimpo donde arco iris, caballos alados y orondos faunos holgazanean junto a un ebrio Dionisos y un Zeus muerto de aburrimiento. Otros segmentos, como el Claro de Luna, de Debussy, terminarían en la papelera de la sala de montaje.

Por fortuna Fantasía compensa sus errores con memorables momentos de auténtico clímax musicovisual. La coreografía china de la Suite del Cascanueces de Tchaikowsky ideada por Art Babbitt  y protagonizada por unos ceremoniales champiñones de ojos rasgados constituye uno de los grandes hallazgos del filme y La Danza de las Horas de Ponchielli, con su casting de avestruces, cocodrilos e hipopótamos tocados con tutú y bailando en un jardín marca uno de los momentos más hilarantes. En las antípodas estéticas de este divertimento, el segmento de la Noche en el Monte de Pelado Mussorgsky conjura leyendas fantasmagóricas, épica satánica y expresionismo sombrío en el pasaje más sorprendente, intenso y estremecedor de toda la cinta. Su impresionante protagonista, el Demonio de la Noche, serviría de modelo a Ridley Scott para dar forma al Señor del Mal de la aventurera Legend (1985).

Pero sin duda, el más fascinante episodio de Fantasía es aquel que marcó su origen. Sobre la música compuesta por Paul Dukas en 1899, El Aprendiz de Brujo nos presenta a un travieso Mickey Mouse que toma prestado el gorro mágico de su amo, el brujo Yesid. Con él consigue hechizar a una escoba para que le sustituya en su trabajo de acarrear cubos de agua. Pero todo se le va de las manos cuando se queda dormido mientras agua, escobas y cubos se multiplican sin parar en una espiral slapstick de impecable factura. Para no descuidar ningún detalle en lo que suponía el debut de su querido ratón en un largo, Disney encargó al animador Fred Moore que modernizase su aspecto. Así Moore incluyó por vez primera pupilas en los ojos de Mickey y el simpático atuendo de hechicero completó la renovación. Como anécdota, en los inicios del proyecto y debido al éxito de Blancanieves, alguien propuso que en vez de Mickey fuese el enano Mudito quien interpretara al aprendiz, pero Disney en ningún momento contempló tal opción. Considerado como uno de los títulos más importantes en la historia de la animación, El Aprendiz de Brujo vino a revitalizar la esencia de Mickey Mouse como personaje inquieto y soñador y cumplió con creces su  cometido de redimir al roedor favorito de Walt Disney.

Pero el reconocimiento unánime a El Aprendiz de Brujo no evitó que Fantasía se estrellara en la taquilla. El gran público dio la espalda a un producto carente de diálogos  (a excepción de una mínima conversación de Mickey con Stokowski), musicalmente elitista para muchos y que con sus ciento veinticuatro minutos de metraje (el filme más largo de Disney) terminaba por aburrir al espectador infantil. Tampoco ayudó que la película se proyectase en Fanta-sound, un innovador sistema de sonido en cuatro pistas y similar al estéreo diseñado en exclusiva para el filme por Disney y RCA pero de prohibitivo coste para las salas de exhibición. Estrenada en Europa con su duración original, en Estados Unidos la distribuidora RKO decidió recortar su metraje hasta los ochenta y un minutos. Aún así, los 2.200.000 dólares que costó Fantasía frente a su ruinosa recaudación colocaron a la Factoría Disney en la situación económica más delicada de su historia dando al traste con numerosos proyectos. Prestigiada con el tiempo y coincidiendo con su sesenta aniversario, la película tendría una tardía secuela titulada Fantasía 2000
Compuesta por piezas de Saint-Saëns, Gershwin,Beethoven y Shostakóvich, entre otros, constituye un estimable tributo de Roy Edward Disney a su tío, quien siempre soñó con una continuación.

Porque si un objetivo persiguió Walt Disney con Fantasía ése no fue otro que dignificar el desprestigiado arte del dibujo animado. Cuando incluso su fallido colaborador Oskar Fischinger  apedreaba el tejado propio alegando “bajo nivel artístico y limitada pureza creativa del medio”, Disney creyó que asociar música culta y animación bastaría para dotar a esta última de empaque y nivel, contribuiría a situarla en su justo lugar como medio de expresión artística y seduciría a un nuevo target de espectadores de sofisticado rango cultural. Un intento en buena medida ingenuo pero que tuvo en Fantasía el mejor laboratorio de pruebas para genialidades futuras.

imagen:Disney.