El origen de
los dibujos animados hay que buscarlo antes del nacimiento del propio cine en los
trabajos del francés Emile Reynaud. Perfeccionador del zoótropo
e inventor del praxinoscopio, a Reynaud se le ocurrió dibujar
figuras en una cinta de papel continuo que pasaba de una bobina a otra en vez
de trazarlas, como se venía haciendo, sobre los espejos rígidos utilizados en anteriores
artilugios. Reynaud incorporó esta
idea a un teatro óptico de su invención que mediante un sistema de lentes
permitía proyectar las imágenes sobre una pantalla translúcida. El ingenio se
completaba con un segundo proyector dedicado a plasmar imágenes fijas de los
escenarios.
Con este
teatrillo en miniatura, el 28 de octubre de 1892, Emile Reynaud presenta en
el parisino Museo Grévin sus denominadas Pantomimas Luminosas. El
programa de aquella proyección, considerada como la primera en la historia de
los dibujos animados, estaba compuesto por tres títulos: Pauvre Pierrot (http://bit.ly/1FRPOP7), Clown et ses
Chiens y Un Bon Bock. Ninguno superaba los cinco minutos de duración,
pero sirvieron para demostrar un evidente salto cualitativo porque si el praxinoscopio
apenas manejaba una docena de imágenes, el nuevo juguete permitía proyectar
series de 500 o 600 dibujos.
Aquella histórica
velada de Emile Reynaud sentaría las primitivas bases del cine animado
pero todavía habría de pasar mucho tiempo hasta que unos dibujos fueran
registrados en celuloide, los personajes carecían de alma o psicología alguna y
el universo narrativo resultaba tan limitado como rudimentario. Para que el
cine de animación fuera una realidad habría que esperar al invento del paso
de manivela, decisivo en el desarrollo de los trucajes cinematográficos
imagen
por imagen que tan buena reputación darían a Georges Méliès o
Segundo de Chomón. Pero tampoco será en Europa, sino en Estados Unidos
donde se comiencen a explorar las inmensas posibilidades de estos trucajes
puestos al servicio del papel y el lápiz.
Será el
considerado padre de la animación norteamericana J. Stuart Blackton, quien
en 1900 presente The Enchanted Drawning (http://bit.ly/1FwBYVa). En esta breve película vaudevillesca
el propio artista aparecía dibujando un
rostro cuyas expresiones cambiaban y con el que interactuaba limitadamente
mediante un tosco empleo del stop-motion. Seis años más tarde, Blackton
va un poco más allá con Humorous Phases of Funny Faces (http://bit.ly/1YDJt3d),
corto en el que varios personajes trazados con tiza aparecen, se mueven y
desaparecen. Esta vez el autor ha pasado a segundo plano y sólo vemos sus manos
que entran y salen de campo ocasionalmente para dibujar o borrar. En todo caso,
la inclusión en la obra del dibujante que muestra su proceso creativo se
convertiría en una explicativa constante. Una especie de justificación necesaria
para aquellos pioneros todavía inseguros respecto al potencial narrativo del
naciente cine animado.
Inspirado por los trabajos de Blackton el francés Émile
Cohl seguirá idéntico
procedimiento en Fantasmagorie (1908), filme de 700 dibujos, todavía tosco y con
personajes más esquemáticos, pero donde ya se aprecia una narrativa más fluida,
lineal y coherente. Habría que esperar hasta 1914 para encontrar indicios de
verdadera narrativa del cine animado en una producción cuidada y meticulosa. Su
título es Gertie the Dinosaur y su
autor Winsor McCay.