“Hijo
mío. Recuerda que intentarlo es el primer paso hacia el fracaso”. Con esta aseveración tan contundente como grouchomarxiana
advertía Homer a Bart en un episodio de Los
Simpson sobre el escaso futuro del esfuerzo cuando este nace en el seno
de una desidia hogareña crónica y dentro de una comunidad tan disfuncional como
Springfield.
Sin duda
la misma prevención hacia el fracaso rondó la cabeza de Matt Groening cuando el
productor James L. Brooks le telefoneó para dar forma a una sitcom
animada y familiar. Cuenta la leyenda que el treintañero dibujante de Oregón no
sabía por dónde empezar y que fue en el mismo vestíbulo de la oficina de Brooks,
mientras esperaba a ser recibido, donde Groening garabateó deprisa a los
principales miembros de la familia. Eran unos bocetos muy primarios, parecidos
a los que luego envió a los animadores confiando en que ellos los pulirían.
Pero los animadores no pillaron la indirecta y de ahí la pedestre apariencia inicial
de Los
Simpson en sus cortos de debut emitidos en el show de Tracey
Ullman en abril de 1987. Groening sí tenía claros, en cambio,
los nombres de los personajes porque, en su línea de no complicarse mucho la
vida, había decidido utilizar los de su propia familia: su padre se llamaba Homer,
su madre Marge, su hermana Lisa y la pequeña de la casa, Maggie,
era tan aficionada al chupete como la dibujada. Sólo en su propio caso Matt
Groening se saltó la regla para cambiar su nombre por el de Bart,
vocablo que recordaba la expresión británica brat referida a críos traviesos.
Convertida en serie de media hora por una flamante
cadena Fox sin miedo a saltar al vacío, Los Simpson se presentan el
17 de diciembre de 1989 con el episodio Simpsons Roasting on an Open Fire
sin que nadie del equipo supiera muy bien qué estaban haciendo. Según recuerda Groening:
“Yo sólo sabía que tenía que ser una alternativa a la basura establecida que
emitían todos los canales”. Pero esa alternativa no fue del agrado de
la crítica que denostó a aquellos personajes de color amarillo mostaza, ojos
saltones y trazo ramplón. Añadían que su desfachatez era ofensiva para los
mayores y una pésima influencia para los más pequeños. Tachada de “inmoral”
y “violenta”
el entonces candidato a la reelección George Bush padre dijo que “Los
Simpson están muy lejos de representar los valores familiares estadounidenses”.
Sin embargo en su primera temporada la serie logró reunir a 27,8
millones de espectadores ante el televisor, al tiempo que cada vez más gente
hacía suyas expresiones como Cowabunga! o Eat my shorts y buscaba la
cerveza Duff en las estanterías del supermercado. Veintiséis años más
tarde Los Simpson continúan en antena, forman parte de la cultura
popular, las ventas de productos relacionados con la serie superan los 10.000
millones de dólares y, desde 2008, la cerveza etiqueta Duff se comercializa en
numerosos países.
Las claves de tan prolongado fervor pasan sin
duda por la esperpéntica parodia de la más elemental y primaria clase media
americana. Con Los Simpson, Groening y su equipo apelan a ésos ciudadanos que
no saben dar un paso sin un manual for dummies, rechazan a Darwin,
creen que el Sol es un planeta y son incapaces de situar en un mapa países como
España. Incluso el término Springfield aprovecha uno de los
nombres más repetidos para designar a numerosas poblaciones a lo largo y ancho
de Estados Unidos. La exageración de estos arquetipos propicia humorísticos
espejos deformantes donde reconocer fácilmente personajes de perfiles no ya
norteamericanos, sino universales. Cualquiera de nosotros ha cruzado su camino
con un gañán como Homer, una esposa resignada y paciente como Marge
o un gamberrete como Bart. Tampoco nos son ajenos
caracteres como el cursilón puritano Ned Flanders, tiranos magnates
empresariales sin escrúpulos como Montgomery Burns, ásperos barman de
barra o auténticos patosos tarugos como el jefe de policía de Springfield.
Personajes con las mismas luces y sombras que cualquiera cuando lidian con
pulsiones como la ambición, el egoísmo, la envidia o el fracaso pasados aquí
por el tamiz del disparate, por ejemplo, cuando Homer se refiere de nuevo
al fracaso, pero en relación con su vecino:“La vida es un fracaso tras otro. Hasta que
deseas que se muera Flanders”.
Precisamente la voz del descerebrado cabeza
de familia resultó decisiva en el éxito de Los Simpson en España. El actor Carlos
Revilla no sólo prestó su timbre a Homer durante las once primeras
temporadas, además dirigió al equipo de doblaje y asumió una minuciosa labor de
traducción y adaptación creando expresiones tan certeras como “¡Mósquis!”
o“¡Multiplícate por cero!”. La versátil Sara Vivas
se encargó de la voz de Bart. Amparo Soto y luego Begoña
Hernando doblaron a Marge no sin resentirse
considerablemente sus cuerdas vocales, afectadas de nódulos por culpa del
peculiar tono aguardentoso del personaje. Un sufrimiento compensado con creces
cuando en agosto de 2000 la mismísima 20th Century Fox reconoció
públicamente el trabajo de Revilla y su equipo al calificar el
doblaje español de Los Simpson como “el mejor de la serie en toda Europa”.
La adoración generalizada hacia Los
Simpson convirtió a Marge en el primer personaje de
animación que ocupaba la portada de Playboy. Fue en noviembre de 2009,
para celebrar el veinte aniversario de la serie. La misma simpsonmanía que
multiplicó el número de caras conocidas deseosas de aparecer en la serie. En
palabras del batería Marky Ramone: “Cuando te llaman para hacer un
cameo en Los Simpson sabes que has llegado a la cima”. La lista de
celebridades encantadas de pasar por Springfield con sus rasgos teñidos
de amarillo es interminable y tan sólo Bruce Springsteen rechazó de plano tal
honor.
Pero la era dorada pasó y tras más de un
cuarto de siglo Los Simpson acusan lógicas evidencias de cansancio. La crítica
primero desdeñosa y luego entregada al elogio afiló hace tiempo los lápices
para denunciar estiramiento de la fórmula, mera sucesión de gags, merma
generalizada de la antaño ácida genialidad…Insignificantes menudencias para una
serie que tiene más que conquistado el rango de clásico en un Olimpo
que preserva su aportación como desternillante revés tenebroso del american
way of life, su ácida crítica social contrapeso del chauvinismo
yankee, la corrosiva incorrección política y ése brillante humor
trufado de psicología inversa. Ésa inimitable mezcla, en fin, de seriedad y tontuna
que todavía sienta ante el televisor a más de cinco millones de espectadores.
Anunciado oficialmente en octubre pasado que
la temporada 30 será la última, Matt Groening, baraja hace tiempo
otras posibilidades capaces de insuflar vida a Los Simpson más allá de
la televisión. Escocido aún por el tibio paso de sus criaturas por la gran
pantalla, Groening prefiere considerar salidas como un musical en
Broadway o una exposición de objetos falsos a partir de la colección personal
que ha reunido a lo largo de todos estos años. Sea cual sea el camino, seguro
que intentarlo valdrá la pena a pesar de lo que diga Homer.
Imagen: Fox