sábado, 28 de noviembre de 2015

Crítica: El viaje de Arlo (P.Sohn; 2015)

A cualquier espectador de Pixar que tenga ocasión de ver la cara de Peter Sohn le vendrá inmediatamente a la memoria aquel entusiasta explorador de Up (Pete Docter, 2009) llamado Russell. Efectivamente el personaje se creó a partir de las facciones de este animador, guionista y actor de voz que ahora debuta como director de largos con El viaje de Arlo. Más que un privilegio todo un papelón si tenemos en cuenta que Sohn vino a sustituir a un reemplazado Bob Peterson en este proyecto tortuoso y mil veces reescrito. Por si fuera poco se trata de la primera vez que Pixar estrena dos películas en un año (el mismo año de la aclamada Inside Out) y si añadimos que la cinta coincide con el celebrado veinte aniversario de un tótem llamado Toy Story (John Lasseter, 1995) el hacha de las comparaciones se afila todavía más ante un título que tampoco parece aportar demasiado.
Concebida como periplo iniciático con toques de western, El viaje de Arlo plantea la relación entre un apatosario y un humano en un hipotético planeta Tierra donde el meteorito que iba a destruir a los dinosaurios pasó de largo. Un supuesto poco original relatado con excesiva simpleza y protagonizado por unos personajes faltos de ése carisma al que Pixar nos tiene acostumbrados. Empalagoso por momentos y de situaciones humorísticas no muy inteligentes, el film también cae en el resorte fácil de la lágrima, así como en los más reconocibles tópicos sobre la amistad, la familia o la pérdida de la inocencia.
Pero frente a estas debilidades, El viaje de Arlo apabulla con su poderosa y fotorealista factura visual. Aprovechando al máximo las posibilidades de los grandes espacios abiertos, Sohn y los suyos recrean tangibles ríos, majestuosas montañas y deslumbrantes horizontes. Imágenes desbordantes de riqueza visual que logran imponer la emoción sobre la sensiblería, haciendo prevalecer el poder evocador de la infancia antes que la posible congoja que puedan despertar en el pequeño espectador aspectos como la muerte o la hostilidad del mundo, también presentes en el film.
Mucho más Disney que Pixar, El viaje de Arlo es una historia que hemos visto demasiadas veces, pero también demuestra como la factoría que alumbró Toy Story no ceja en su empeño de romper cualquier límite creativo que se ponga por delante para seguir explorando nuevos caminos estéticos. Como diría Buzz Lightyear : “Hasta el infinito y más allá”.
Imagen: Pixar

martes, 17 de noviembre de 2015

Clásicos: Los Simpson

“Hijo mío. Recuerda que intentarlo es el primer paso hacia el fracaso”. Con esta  aseveración tan contundente como grouchomarxiana advertía Homer a Bart en un episodio de Los Simpson sobre el escaso futuro del esfuerzo cuando este nace en el seno de una desidia hogareña crónica y dentro de una comunidad tan disfuncional como Springfield.
Sin duda la misma prevención hacia el fracaso rondó la cabeza de Matt Groening cuando el productor James L. Brooks le telefoneó para dar forma a una sitcom animada y familiar. Cuenta la leyenda que el treintañero dibujante de Oregón no sabía por dónde empezar y que fue en el mismo vestíbulo de la oficina de Brooks, mientras esperaba a ser recibido, donde Groening garabateó deprisa a los principales miembros de la familia. Eran unos bocetos muy primarios, parecidos a los que luego envió a los animadores confiando en que ellos los pulirían. Pero los animadores no pillaron la indirecta y de ahí la pedestre apariencia inicial de Los Simpson en sus cortos de debut emitidos en el show de Tracey Ullman en abril de 1987. Groening sí tenía claros, en cambio, los nombres de los personajes porque, en su línea de no complicarse mucho la vida, había decidido utilizar los de su propia familia: su padre se llamaba Homer, su madre Marge, su hermana Lisa y la pequeña de la casa, Maggie, era tan aficionada al chupete como la dibujada. Sólo en su propio caso Matt Groening se saltó la regla para cambiar su nombre por el de Bart, vocablo que recordaba la expresión británica brat referida a críos traviesos.
Convertida en serie de media hora por una flamante cadena Fox sin miedo a saltar al vacío, Los Simpson se presentan el 17 de diciembre de 1989 con el episodio Simpsons Roasting on an Open Fire sin que nadie del equipo supiera muy bien qué estaban haciendo. Según recuerda Groening: “Yo sólo sabía que tenía que ser una alternativa a la basura establecida que emitían todos los canales”. Pero esa alternativa no fue del agrado de la crítica que denostó a aquellos personajes de color amarillo mostaza, ojos saltones y trazo ramplón. Añadían que su desfachatez era ofensiva para los mayores y una pésima influencia para los más pequeños. Tachada de “inmoral” y “violenta” el entonces candidato a la reelección George Bush padre dijo que “Los Simpson están muy lejos de representar los valores familiares estadounidenses”. Sin embargo en su primera temporada la serie logró reunir a 27,8 millones de espectadores ante el televisor, al tiempo que cada vez más gente hacía suyas expresiones como Cowabunga! o Eat my shorts y buscaba la cerveza Duff en las estanterías del supermercado. Veintiséis años más tarde Los Simpson continúan en antena, forman parte de la cultura popular, las ventas de productos relacionados con la serie superan los 10.000 millones de dólares y, desde 2008, la cerveza etiqueta Duff se comercializa en numerosos países.
Las claves de tan prolongado fervor pasan sin duda por la esperpéntica parodia de la más elemental y primaria clase media americana. Con Los Simpson, Groening y su equipo apelan a ésos ciudadanos que no saben dar un paso sin un manual for dummies, rechazan a Darwin, creen que el Sol es un planeta y son incapaces de situar en un mapa países como España. Incluso el término Springfield aprovecha uno de los nombres más repetidos para designar a numerosas poblaciones a lo largo y ancho de Estados Unidos. La exageración de estos arquetipos propicia humorísticos espejos deformantes donde reconocer fácilmente personajes de perfiles no ya norteamericanos, sino universales. Cualquiera de nosotros ha cruzado su camino con un gañán como Homer, una esposa resignada y paciente como Marge o un gamberrete como Bart. Tampoco nos son ajenos caracteres como el cursilón puritano Ned Flanders, tiranos magnates empresariales sin escrúpulos como Montgomery Burns, ásperos barman de barra o auténticos patosos tarugos como el jefe de policía de Springfield. Personajes con las mismas luces y sombras que cualquiera cuando lidian con pulsiones como la ambición, el egoísmo, la envidia o el fracaso pasados aquí por el tamiz del disparate, por ejemplo, cuando Homer se refiere de nuevo al fracaso, pero en relación con su vecino:“La vida es un fracaso tras otro. Hasta que deseas que se muera Flanders”.
Precisamente la voz del descerebrado cabeza de familia resultó decisiva en el éxito de Los Simpson en España. El actor Carlos Revilla no sólo prestó su timbre a Homer durante las once primeras temporadas, además dirigió al equipo de doblaje y asumió una minuciosa labor de traducción y adaptación creando expresiones tan certeras como “¡Mósquis!” o“¡Multiplícate por cero!”. La versátil Sara Vivas se encargó de la voz de Bart. Amparo Soto y luego Begoña Hernando doblaron a Marge no sin resentirse considerablemente sus cuerdas vocales, afectadas de nódulos por culpa del peculiar tono aguardentoso del personaje. Un sufrimiento compensado con creces cuando en agosto de 2000 la mismísima 20th Century Fox reconoció públicamente el trabajo de Revilla y su equipo al calificar el doblaje español de Los Simpson como “el mejor de la serie en toda Europa”.
La adoración generalizada hacia Los Simpson convirtió a Marge en el primer personaje de animación que ocupaba la portada de Playboy. Fue en noviembre de 2009, para celebrar el veinte aniversario de la serie. La misma simpsonmanía que multiplicó el número de caras conocidas deseosas de aparecer en la serie. En palabras del batería Marky Ramone: “Cuando te llaman para hacer un cameo en Los Simpson sabes que has llegado a la cima”. La lista de celebridades encantadas de pasar por Springfield con sus rasgos teñidos de amarillo es interminable y tan sólo Bruce Springsteen rechazó de plano tal honor.
Pero la era dorada pasó y tras más de un cuarto de siglo Los Simpson acusan lógicas evidencias de cansancio. La crítica primero desdeñosa y luego entregada al elogio afiló hace tiempo los lápices para denunciar estiramiento de la fórmula, mera sucesión de gags, merma generalizada de la antaño ácida genialidad…Insignificantes menudencias para una serie que tiene más que conquistado el rango de clásico en un Olimpo que preserva su aportación como desternillante revés tenebroso del american way of life, su ácida crítica social contrapeso del chauvinismo yankee, la corrosiva incorrección política y ése brillante humor trufado de psicología inversa. Ésa inimitable mezcla, en fin, de seriedad y tontuna que todavía sienta ante el televisor a más de cinco millones de espectadores.

Anunciado oficialmente en octubre pasado que la temporada 30 será la última, Matt Groening, baraja hace tiempo otras posibilidades capaces de insuflar vida a Los Simpson más allá de la televisión. Escocido aún por el tibio paso de sus criaturas por la gran pantalla, Groening prefiere considerar salidas como un musical en Broadway o una exposición de objetos falsos a partir de la colección personal que ha reunido a lo largo de todos estos años. Sea cual sea el camino, seguro que intentarlo valdrá la pena a pesar de lo que diga Homer.

Imagen: Fox

martes, 3 de noviembre de 2015

Veinte años de Toy Story


Un muñeco cow-boy inasequible al desaliento. Un héroe espacial articulado que no se sabe juguete. Con ellos, una troupe de divertidos, reconocibles secundarios de plástico que habitan el ilusionante paraíso/universo de una habitación infantil donde cobran vida sin que su dueño lo sepa. Sobre estos pilares John Lasseter  no sólo sentó las bases de su primer largo, Toy Story, sino que también abrió las puertas a una nueva era para el cine animado.

Visionario aprendiz de animador en Disney, donde asistiría deslumbrado a la gestación de la digitalmente pionera Tron (S. Lisberger; 1982), Lasseter  profundiza con Toy Story en un interés por la vida secreta de los objetos que ya exploró en cortometrajes como Luxo (1986) y Tin Toy (1988), realizados desde su entonces recién fundada productora Pixar. Con el aval de la primera nominación al Óscar para un corto de animación digital conseguida por Luxo, Lasseter  y su equipo proponen a Disney un film desarrollado a partir de Tin Toy  en el que Woody era un vaquero de juguete tipo John Wayne. Un tipo engreído y sin ningún aprecio por sus compañeros que presumía de ser el preferido de su dueño, al que predisponía contra el recién llegado Buzz Lightyear. La historia, que no pasaba de los 30 minutos, no fue del agrado de Disney que la consideró demasiado adulta. Habría que esperar a que años después la factoría y Pixar  firmaran un acuerdo de distribución para que hubiera alguna posibilidad de retomar el proyecto. Fue entonces cuando Lasseter  y los suyos se propusieron ultimar en dos semanas el borrador de una película de juguetes capaz de entretener a adultos, adolescentes y niños. Sería además, el primer film generado en su totalidad por ordenador. Disney, entonces en fase de estimulante experimentación, aceptó encantada el envite.

En aquellos principios de los noventa, producciones como Jurassic Park (S. Spielberg; 1993) o Casper (B.Silverling, 1995) tan sólo contenían seis y cuarenta minutos de animación digital respectivamente. La aventura de elaborar digitalmente todo un film obligó a Pixar a ampliar su personal de poco más de una veintena de empleados hasta casi un centenar. Serían necesarias más de 800.000 horas de procesado, repartidas en 110 aparatos diferentes y trabajando con más de 500.000 millones de bytes para almacenar toda la información. El resultado: 110.000 fotogramas, 1.570 planos, 76 personajes y 80 minutos de duración con unas calidades de movimiento, color, texturas, iluminación deslumbrante y niveles de detalle nunca vistos. Todo ello sin recurrir en lo más mínimo a la animación tradicional.

Sin duda el milagro es que, a pesar de tanta tecnología, en Toy Story prevalecen, como en los mejores títulos del cine animado clásico, la calidad de una gran historia y el alma de unos personajes igualmente sólidos. Una característica que luego se convertiría en marca de la casa y que fue posible gracias a que Pixar diseñó toda su tecnología para ponerla al servicio de los profesionales de la tradicional animación artesana. Con Toy Story el cine animado deja de ser coto privado de técnicos (como en el caso de Tron). Desde ahora serán los artistas quienes manejen y saquen el mejor provecho a una tecnología que adaptaba su solvencia profesional a esa nueva dimensión de formas generadas por códigos binarios.

Por eso en Toy Story el enorme poderío formal no ensombrece en ningún momento un relato elaborado y fascinante en lo que no deja de ser una buddy movie (película de colegas). A lo largo de la trama Woody y Buzz, tradición y modernidad, rivalizan hasta descubrir que comparten una insospechada amistad. La solidez de ambos protagonistas suma otro innovador ingrediente al descubrir Buzz que no es el héroe espacial que creía sino un juguete…y además fabricado en serie. Con esta atrevida pirueta existencial John Lasseter  profundizaba en su interés por los objetos presuntamente inanimados y, sin desequilibrar una mágica alquimia de comedia y aventura de acción trepidante, insertaba un punto de drama psicológico inédito para una película de dibujos animados.

Junto a una irresistible conexión nostálgica para los adultos que llevaban a sus hijos al cine, Toy Story privilegiaba un ritmo perfecto y una decidida apuesta sobre todo por la diversión y el humor. Desde el principio Lasseter  insistió en llenar la película de situaciones cómicas y buenos chistes para contrarrestar cualquier posible rechazo del espectador si aquellas nuevas imágenes digitales resultaban frías. En este punto cabe señalar que los defectos que se pueden achacar a Toy Story derivan de un diseño todavía tosco de los personajes humanos porque las nuevas técnicas digitales aún no eran capaces de resolver adecuadamente el problema de la textura de la piel. También el diseño del perro Scud resulta poco realista porque hasta Monstruos S.A. (Pete Docter; 2001) Pixar no consiguió dar con el software adecuado para representar el pelo animal de modo convincente.

Pero salvo estas puntuales carencias técnicas el diseño de los personajes de Toy Story no puede resultar más acertado. A los dos protagonistas doblados originalmente por Tom Hanks (Woody) y Tim Allen (Buzz) se suma un elenco de juguetes secundarios trabajados con idéntico nivel de exigencia por Lasseter y su equipo. Destacan un Mr. Potato con mucho carácter, el asustadizo dinosaurio Rex, el afable perro-muelle Slinky, un simpático Cerdito-Hucha, una ágil Pizarra Magnética y el ejército de soldados de plástico verde Bucket Soldiers, uno de los juguetes clásicos más famosos del mundo. La negativa de la casa Mattel impidió incluir en el reparto a la muñeca Barbie. Tras rasgarse las vestiduras al comprobar el enorme éxito de taquilla, la compañía dio luz verde a Lasseter para que aparecieran en la segunda entrega.

Estrenada en Estados Unidos el 22 de noviembre de 1995, Toy Story recaudó 40 millones de dólares estableciendo un nuevo récord de taquilla en el ranking de fin de semana de estreno. En conjunto terminaría por sumar más de 190 millones en Estados Unidos y 360 en todo el mundo. Además se convirtió en el segundo film más taquillero de 1995, sólo superada por Jungla de cristal: la venganza (J.McTiernan) y por encima de producciones como Apollo XIII (R.Howard) , Goldeneye (M.Campbell) o Seven (D.Fincher). Al elogio unánime de la crítica se sumó el reconocimiento de la Academia de Hollywood que nominó el guión y la banda sonora original de Randy Newman así como su canción Hay un amigo en mí. Si bien la única estatuilla que conseguiría la película fue un premio especial al “desarrollo y la inspirada utilización tecnológica que han hecho posible el primer largometraje de animación por ordenador”.

Esa tecnología que avanzaba a pasos agigantados y la misma autoexigencia de contenidos propiciarían las consiguientes Toy Story 2 (J.Lasseter, L.Unkrich y A.Brannon; 1999) que amplía la familia con la vaquera Jessie y el caballo Perdigón y Toy Story 3 (J.Lasseter, A. Stanton y L.Unkrich) la más oscura y pretendido punto final. Ambas revalidan éxito de crítica y público con una recaudación global cercana a los 2.000 millones de dólares y masivas ventas de juguetería y merchandising.

A pesar de su intención de dar por concluida la saga, en 2012 Pixar  anuncia que trabaja en una nueva entrega: Toy Story 4 estará lista en julio de 2018 y será una comedia romántica centrada en un romance entre Woody y la muñeca Bo Peep, aunque Pixar prefiere que este argumento funcione de forma independiente respecto a la trilogía.

Sea como fuere, larga vida a esos personajes que hace ahora veinte años nos tocaron por vez primera el corazón.

imagen: Pixar.